Detroit está ubicada en el noreste de Estados Unidos, en el estado de Míchigan, se encuentra en la ribera del río Detroit, que actúa como frontera natural entre Estados Unidos y Canadá. Está justo frente a la ciudad canadiense de Windsor, Ontario, lo que la convierte en un punto estratégico para el comercio internacional. Forma parte de la región de los Grandes Lagos, cerca del Lago Erie y del Lago St. Clair. A nivel nacional, está a unas 280 millas (450 km) al oeste de Toronto y a unas 600 millas (960 km) al noreste de Chicago.
Detroit fue durante gran parte del siglo XX el corazón de la industria automotriz de Estados Unidos. Conocida como la “Motor City”, era el hogar de gigantes como Ford, General Motors y Chrysler. En su apogeo, en los años 50, la ciudad llegó a tener más de 1.8 millones de habitantes, con una economía vibrante y una fuerte clase media obrera. Era símbolo del sueño americano: empleos bien pagos, casas propias y movilidad social.
Sin embargo, la desindustrialización, los disturbios raciales de 1967, la automatización, la fuga de capitales y la corrupción política marcaron el inicio de una caída prolongada. A partir de los años 80, Detroit se convirtió en sinónimo de abandono, desempleo, crimen y pobreza. En 2013, se declaró en bancarrota, la más grande de una ciudad en la historia de EE.UU.
La decadencia: ¿Cómo se volvió “una de las más feas”?
En las últimas décadas del siglo XX, Detroit se convirtió en el ejemplo más extremo del abandono urbano en Estados Unidos. La pérdida de empleos por la automatización, la migración masiva de la población blanca hacia los suburbios (white flight), la corrupción institucional y el abandono de servicios públicos provocaron una decadencia estructural.
Calles enteras quedaron vacías. Miles de casas fueron abandonadas, muchas vandalizadas o incendiadas. Edificios icónicos, como el Michigan Central Station o el Packard Automotive Plant, se convirtieron en ruinas urbanas que atraían a fotógrafos y turistas del “urbex” (exploración urbana), pero también alimentaban el estigma visual de una ciudad colapsada.
En rankings internacionales y documentales, Detroit fue señalada repetidamente como “una de las ciudades más feas del mundo”, no por su arquitectura original, sino por la descomposición urbana, la basura acumulada, los espacios vacíos, y la sensación general de abandono y peligro.


Hoy, aunque no ha recuperado su antiguo esplendor, Detroit lucha por dejar atrás esa imagen decadente. Zonas como Midtown, Corktown o el Downtown han sido objeto de fuerte inversión, con la llegada de empresas tecnológicas, artistas, diseñadores y jóvenes profesionales. Se han restaurado edificios históricos, se han creado espacios verdes como el Detroit Riverwalk (premiado como uno de los mejores del país), y se impulsa una narrativa de innovación y sostenibilidad.
Sin embargo, el contraste urbano aún es fuerte. A pocas cuadras del progreso, siguen existiendo barrios donde el abandono y la pobreza son visibles. La recuperación de Detroit es real, pero desigual y compleja. Detroit no es simplemente “fea”. Es una ciudad marcada por su historia industrial, por decisiones políticas, desigualdades y resistencias. Lo que para algunos es fealdad, para otros es carácter, cicatriz y fuerza. Hoy, más que nunca, Detroit representa la lucha por renacer sin olvidar lo vivido.
Edificios abandonados han sido renovados, y hay un enfoque renovado en educación, transporte y economía verde. Detroit ya no es la ciudad que fue, pero tampoco es la que se derrumbaba. Está en plena reinvención, luchando por convertirse en símbolo de resiliencia urbana en el siglo XXI.
