La disonancia cognitiva es una sensación incómoda que aparece cuando reconocemos que dos pensamientos o creencias, por lo general una actitud y una acción, están en conflicto o no concuerdan entre sí. Por ejemplo, saber que fumar perjudica la salud pero hacerlo con frecuencia. Esta disonancia genera un malestar psicológico comparable al hambre o la sed, que puede causar ansiedad y reacciones físicas, y se origina cuando hay ideas contradictorias en nuestra mente.
En torno a los sesgos cognitivos, éstos afectan negativamente la toma de decisiones en todas las esferas de la vida, incluyendo las decisiones de los jueces. La imposibilidad de eliminarlos por completo de la práctica del derecho, o incluso de controlar sus efectos, contrasta con el anhelo de que las decisiones judiciales sean el resultado exclusivo de un razonamiento lógico-jurídico correcto
A veces, no importa cuánta evidencia tengamos frente a los ojos. Una persona puede estar expuesta a datos objetivos, hechos comprobables, testimonios confiables e incluso experiencias directas, y aun así afirmar con firmeza: “No, eso no es cierto”. Esta negación no necesariamente proviene de la ignorancia, la terquedad o la mala intención. En muchos casos, es una reacción automática del cerebro que busca protegernos del malestar que implica confrontar ideas que contradicen nuestras creencias profundas, valores o acciones pasadas.


Aquí es donde entra en juego la disonancia cognitiva: un mecanismo psicológico que actúa como una especie de defensa emocional. Cuando una nueva información amenaza con desestabilizar la coherencia interna de nuestras creencias, el cerebro puede optar por rechazarla, distorsionarla o ignorarla por completo, con el fin de preservar la sensación de equilibrio mental. Este fenómeno explica por qué, a pesar de la lógica o la evidencia abrumadora, las personas pueden aferrarse con fuerza a sus convicciones, incluso cuando resultan perjudiciales o evidentemente erróneas.
Ese malestar interno que aparece cuando la realidad contradice nuestras creencias. En vez de aceptar lo nuevo, muchas veces preferimos ajustar la realidad en nuestra cabeza para que todo siga encajando. No se trata solo de ignorancia, sino de protección interna. Porque cambiar de opinión no es solo cambiar de idea, a veces es cambiar parte de quién creemos que somos.
El resultado: dos personas pueden ver la misma situación y llegar a conclusiones opuestas, cada una convencida de tener la verdad. La mente no busca la verdad. Busca sobrevivir, tener coherencia, reducir el conflicto interno. Por eso, cuestionarse a uno mismo no es debilidad, es coraje.
Cuando pensar duele
Disonancia cognitiva y sesgo de confirmación: No siempre rechazamos una idea porque sea falsa. A veces la rechazamos porque aceptarla nos rompe por dentro. Porque implica admitir que estábamos equivocados, que actuamos mal, que la visión que teníamos del mundo, o de nosotros mismos, ya no se sostiene.
Este es un buen ejemplo de lo que se llama disonancia cognitiva: el conflicto mental que surge cuando la información nueva choca con creencias firmemente arraigadas. Ante esa tensión, muchas personas no cambian de creencia, sino que reinterpretan o niegan los hechos para proteger su identidad o su estabilidad emocional.
Aquí entra otro fenómeno: el sesgo de confirmación: Es la tendencia humana a buscar, interpretar y recordar la información que refuerza lo que ya creemos, y a ignorar o desacreditar todo lo demás. No es una falla moral: es una función de nuestra mente para reducir la incomodidad, la incertidumbre y el dolor.
Los hechos chocan con la identidad: el caso del expresidente

El caso reciente de la condena del expresidente Álvaro Uribe Vélez en Colombia (aunque aún se trate de una imputación formal o una etapa procesal temprana dependiendo del avance legal), puede analizarse perfectamente dentro del marco de la disonancia cognitiva, el sesgo de confirmación y otros sesgos cognitivos.
Para muchos ciudadanos, Álvaro Uribe no es solo un personaje político: es un símbolo, representa la seguridad democrática, la lucha contra las guerrillas, el orden, la autoridad. Su figura está fuertemente asociada con valores, emociones e incluso con una identidad nacional o regional.
Cuando una figura así es investigada y enfrenta una posible condena penal por soborno y fraude procesal, esto provoca un cortocircuito mental en sus seguidores más leales: «¿Cómo puede alguien que ‘salvó al país’ estar involucrado en delitos?» Aceptar esa posibilidad implica reformular creencias fundamentales sobre el país, la política, y sobre quién se es uno como ciudadano.
¿Cómo se manifiesta?
Se manifiesta a través de respuestas emocionales intensas y defensivas, como la negación total (“eso es mentira”), la reinterpretación (“sí lo hizo, pero por una causa justa”) o la deslegitimación del sistema (“los jueces están infiltrados”). Estas reacciones no son solo racionales, sino profundamente identitarias: aceptar la culpa del líder sería, para muchos, cuestionar su propia historia, lealtad o visión del país.
Negación rotunda: “Todo es una persecución política”: esta frase es mucho más que una opinión: es un reflejo de mecanismos psicológicos profundos que operan para mantener la identidad, reducir el conflicto interno y proteger al grupo al que se pertenece. Aceptar la posible culpabilidad de un líder admirado no es simplemente un acto racional, sino un proceso emocional y cultural que requiere una enorme capacidad de pensamiento crítico, humildad y madurez democrática.
Reinterpretación de los hechos: “Sí lo hizo, pero por una causa noble”: representa un intento de reinterpretar un hecho negativo para hacerlo moralmente aceptable. En lugar de negar la acción (por ejemplo, un delito o una falta ética), se justifica atribuyéndole una intención superior o altruista.
Desde la psicología, esto es una forma de racionalización: un mecanismo de defensa que reduce el malestar que genera admitir que alguien a quien se admira actuó de forma indebida. La persona acepta que el hecho ocurrió, pero lo redefine como necesario o justificable, preservando así la imagen positiva del actor. En contextos políticos, esta postura permite seguir apoyando al líder, incluso cuando hay evidencia en su contra, porque el fin (percibido como noble) justificaría los medios.
Deslegitimación de la justicia: “Los jueces están infiltrados por el comunismo”: Ejemplifica un mecanismo de deslegitimación de la justicia, que ocurre cuando una persona o grupo rechaza las decisiones judiciales no por sus fundamentos legales, sino desacreditando a quienes las emiten.
Esta estrategia se usa para invalidar las acciones del sistema judicial sin tener que confrontar las pruebas o argumentos. En lugar de asumir que el proceso es legítimo, se construye una narrativa conspirativa: los jueces no actúan por ley, sino por motivaciones ideológicas ocultas. Psicológicamente, esto permite proteger la figura del líder acusado y evitar la disonancia cognitiva, trasladando la culpa desde el investigado hacia una supuesta estructura enemiga o corrupta. Es una forma de preservar la confianza en el líder desacreditando la institución que lo juzga.
Algunas teorías asociadas
Leon Festinger fue el primero en teorizar que los seres humanos experimentan incomodidad mental (disonancia) cuando sostienen creencias que son contradichas por la realidad o por su propio comportamiento. Esta incomodidad impulsa a la persona a modificar sus creencias o reinterpretar los hechos para restaurar la coherencia interna.
Para un seguidor convencido de que Uribe es un líder íntegro, la idea de que pueda ser culpable de delitos como soborno o fraude procesal es inaceptable emocionalmente. Para resolver esa tensión, la mente opta por una interpretación más confortable: “No está siendo juzgado por lo que hizo, sino por lo que representa: lo quieren tumbar políticamente”. Así, se mantiene la imagen positiva del líder sin tener que aceptar pruebas dolorosas o inconsistencias morales.
Daniel Kahneman (Premio Nobel de Economía) y Amos Tversky estudiaron ampliamente cómo los seres humanos procesan la información de manera selectiva. En lugar de analizar objetivamente los hechos, tendemos a buscar y recordar aquello que confirma lo que ya creemos, y desestimamos lo que lo contradice.
El simpatizante del expresidente se expone solo a medios y voces que refuerzan su narrativa (“esto es persecución, los jueces están politizados”), y rechaza información contraria por considerarla parte del “complot”. Esto refuerza la convicción de que la acusación no es legítima, sin tener que confrontar la evidencia judicial.
Ziva Kunda planteó que no razonamos únicamente para llegar a la verdad, sino para llegar a conclusiones que deseamos que sean ciertas. Este “razonamiento motivado” filtra la información y selecciona argumentos que respalden los deseos, afectos e identidades previas.
Quien desea que Uribe sea inocente encuentra una narrativa emocionalmente funcional: “lo atacan porque fue eficaz; porque se enfrentó a la izquierda; porque es incómodo para los mamertos”. No se trata de una evaluación jurídica, sino de una racionalización emocional.
La figura de Uribe también se puede analizar como un liderazgo carismático que, según Max Weber, se basa más en la devoción personal que en la legalidad racional. Theodor Adorno, en sus estudios sobre el autoritarismo, mostró cómo ciertos perfiles sociales tienden a idealizar al líder y justificar cualquier acción en nombre de un “bien mayor”.
Esto explica por qué la crítica o judicialización de la figura se percibe no como justicia, sino como una amenaza al orden simbólico que el líder representa. Las teorías de Festinger, Kahneman, Tversky, Kunda y Weber nos permiten entender por qué, frente a hechos judiciales complejos, muchas personas no evalúan pruebas, sino que reafirman creencias
Negación como mecanismo de defensa
Esta afirmación cumple la función de proteger la imagen idealizada del líder (en este caso, el expresidente Uribe). Aceptar que pudo haber cometido un delito puede generar disonancia cognitiva en quienes lo admiran o lo ven como un símbolo del bien común.
Para evitar el conflicto interno, la mente descarta la posibilidad de culpabilidad y la reemplaza por una narrativa más aceptable: “No es que él esté mal, es que lo están atacando injustamente”.
La afirmación “Todo es una persecución política” es un ejemplo claro de negación rotunda ante hechos jurídicos o pruebas que contradicen una creencia profunda. Desde la psicología social y política, este tipo de negación se puede explicar cómo una respuesta emocional y cognitiva defensiva frente a una amenaza percibida. Esta es una forma de evadir la angustia de tener que reevaluar creencias fundamentales.
A manera de conslusión
El análisis de reacciones como la negación, la racionalización o la deslegitimación de la justicia frente a casos judiciales de alto impacto, como el del expresidente Álvaro Uribe, revela que la política no se vive solo desde la razón, sino desde la identidad y la emoción. Cuando una figura pública se convierte en símbolo, cualquier señal de culpa o corrupción se percibe no solo como un error personal, sino como un ataque a quienes lo apoyan, a sus valores y a su visión del país.
Los conceptos de disonancia cognitiva, sesgo de confirmación, y razonamiento motivado ayudan a explicar por qué muchas personas no analizan los hechos de forma objetiva, sino que los interpretan desde una necesidad de preservar coherencia interna y estabilidad emocional. En contextos altamente polarizados, esto tiene efectos graves: erosiona la confianza en las instituciones, bloquea el diálogo democrático y dificulta la rendición de cuentas.
Por eso, más allá del caso puntual, este fenómeno nos recuerda que una democracia saludable requiere no solo justicia independiente, sino también ciudadanía emocionalmente madura, capaz de distinguir entre la lealtad y la verdad, y de aceptar que ningún líder está por encima de la ley.