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¿La decadencia estadounidense o la caída de un imperio?

¿La decadencia estadounidense o la caída de un imperio?

La crisis económica que todavía afecta a los Estados Unidos de América ha provocado que en años recientes, la decadencia estadoudinense, sea un asunto de frecuente sensación a nivel global. El caso de Estados Unidos resulta asombroso para los analistas políticos, ya que en menos de tres décadas se anticipaba su gran éxito contra el socialismo, situándolo como el país más potente en términos militares y económicos.

Hoy en día es incuestionable que es un país en decadencia donde su sociedad y su gobierno carecen de una orientación o luz sobre la ruta a seguir para recuperar su territorio, abandonados en la competencia mundial.

Donald Trump regresa al poder, lo que para muchos analistas podría ser el episodio más trágico de la historia de Estados Unidos, ya que sus votantes eligen al que muchos ven como el presidente más malo de la nación y que resume o incorpora todas las características más negativas del ciudadano americano moldeado por la historia previamente mencionada.

Este personaje es un entusiasta de la violencia como un medio para solucionar conflictos, racista que confía ciegamente en la superioridad de los habitantes de tez blanca y esencia anglosajona, empresario acostumbrado al maltrato y el despojo, carente de ética política que lo fuerce a honrar compromisos políticos y con graves restricciones educativas derivadas de un sistema educativo dogmático religioso y dominado por el mercantilismo.

Se ha acusado a Donald Trump de mentiroso, pero lamentablemente él solo es el espejo de un sistema electoral corrupto que privilegia el dinero y los grandes intereses corporativos sobre la democracia de la población. A pesar de que históricamente, esta estrategia fue la que impulsó el crecimiento y desarrollo capitalista, hoy en día se ha convertido en el mayor impedimento para el desarrollo y la transformación humana.

Para los medios de comunicación de Estados Unidos, siempre ha existido un adversario al que se debe batallar con armas, y el gobierno actual emplea este factor para preservar la unidad nacional. Sin embargo, hoy en día este factor ha desaparecido y, en contraposición a otras décadas, el grupo que aconseja a Trump sugirió cerrar las fronteras contra los países que lo amenazan.

En particular, México y Canadá fueron citados como Estados que habían abusado de la confianza estadounidense y que se han estado enriqueciendo con el capital y los puestos de trabajo en Estados Unidos. Por ende, se debían establecer barreras comerciales para prevenir tal fuga, incluso sugiriendo tomarlos a la fuerza para que hagan parte de la Unión.

Un factor crucial que permitió que Trump retorne a la presidencia y a su grupo es el racial, tanto el sistema educativo de Estados Unidos como la misma sociedad nunca han intentado aniquilar el mito de la supremacía blanca-anglosajona-protestante que constituyó el fundamento de la formación de los Estados Unidos.

En cambio, en toda su historia, la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses han fortalecido ese mito que en la campaña presidencial del partido republicano se utilizó para persuadir al electorado que los latinoamericanos (en su mayoría venezolanos y mexicanos, católicos y morenos) los estaban invadiendo y devastando la gran nación norteamericana que sus antepasados habían edificado.

La caída de una nación

El conjunto occidental encabezado por Estados Unidos es una potencia imperial, efectivamente. Su control mundial se asemeja al de cualquier potencia imperial antigua, como el Imperio británico, aunque a diferencia de este no es una entidad única, sino un bloque que también abarca a Europa. Evidentemente, Estados Unidos es el actor predominante en ese bloque y todo se centra en su influencia económica, diplomática, militar y política. Algunos especialistas a escala mundial afirman que ese tiempo de supremacía indiscutible ha concluido.

El inicio de este Siglo XXI, con cada vez más sombríos pronósticos, contempla la decadencia de la hegemonía de los estados Unidos. Es cada vez más claro que cuando una economía se siente lo bastante robusta, su ideal es el de la puerta abierta y solo recurre al proteccionismo que no es más que una operación de la economía con el apoyo de la política, cuando comienza a sentirse frágil y, por ende, a rechazar el libre cambio y la libre competencia.

Cuando el Muro de Berlín se derrumbó en 1989, todos creíamos que Estados Unidos tendría el control del mundo, pero no ha sucedido de esa manera. Los modelos de productividad económica y generación de riqueza a nivel mundial han sufrido una transformación radical, se han trasladado a otros sitios y es sencillo afirmar que el poder reside en donde se encuentra el dinero. Esto está moldeando el patrón del control político, diplomático e imperial a nivel global.

La miseria motiva a un creciente número de estadounidense a residir en la calle. Los niveles de pobreza son altos pese a los miles de millones que invierte en combatirla

Es importante recordar que el 8 de enero de 1918, el presidente Woodrow Wilson presentó al Congreso estadounidense los Catorce Puntos como metas «moralmente defendibles», un enunciado de principios para lograr la paz después de la Primera Guerra Mundial. Como tercer punto para concluir esa primera Contienda Mundial, se establecía la eliminación de las barreras económicas entre las naciones.

En el panorama de hoy, la tan alardeada democracia de los Estados Unidos acaba de entronizar a un personaje tan desubicado como peligroso y como simple títere de los multimillonarios. Sus ataques a la soberanía de otras naciones americanas, en un resurgimiento abrumador de la doctrina Monroe; sus tarifas aduaneras a naciones como Méjico y Canadá, cuyas economías se encuentran ya fuertemente vinculadas con las de Estados Unidos, tras treinta años de tratados fundamentados en principios de libre comercio (TLCAN 1992), así como a la potencia en crecimiento, China, y a la propia Unión Europea, son señales de una desmedida irresponsabilidad.

El gobierno actual percibe la inmigración como un elemento crucial en la crisis de Estados Unidos y adopta un enfoque desobligante en este caso.  El Imperio de Estados Unidos no debe decaer. Si asume su decadencia y reconoce que requiere transformación, podría tener un futuro prometedor. Sin embargo, si trata de combatir esa decadencia utilizando estos argumentos, construyendo muros que impidan la incursión de lo foráneo, y refugiándose en una mentalidad nacionalista, entonces la caída es indudablemente una opción, en cierta medida, determinada por estos funestos acontecimientos.

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