El concepto de «gordofobia» se deriva de la combinación de los términos gordo y fobia, repitiéndose en inglés como fatphobia. Si consultamos el diccionario para determinar su preciso significado, nos percatamos de que la Real Academia Española no reconoce este término. Es un compuesto correctamente estructurado, pero no ha sido incluido en este diccionario.
No deberíamos sorprendernos si la RAE aún no ha aceptado uno de los varios términos que se están debatiendo para enfrentar al patriarcado. Basándonos en la premisa de que lo que no se denomina no existe, parece que el término «gordofobia» solo se emplea por aquellos que estan dispuestos a generar un cambio auténtico en la sociedad en la que residimos.
La gordofobia se refiere al odio, rechazo y violencia que experimentan las personas gordas por simplemente serlo. Se trata de una discriminación basada en prejuicios relacionados con los hábitos, costumbres y salud de las personas con exceso de grasa, que se originan en la idea de que el cuerpo gordo se debe a una ausencia de voluntad o autocuidado, de no realizar el esfuerzo necesario para llegar a ser delgado, razón por la cual merece «castigo» o rechazo.
Esta visión, que sostiene que el cuerpo gordo es resultado de la falta de atención o de la vagancia, no se enfoca en los contextos que generan o impactan los cuerpos, ni en todos los elementos que determinan que un individuo sea gordo o flaco, enferme o se mantenga saludable. Las circunstancias económicas, culturales, genéticas, educativas y sociales son ignoradas o subestimadas, al igual que la propia condición de enfermedad y el tratamiento médico que puedan influir en los cuerpos y en su peso.
Este asunto se percibe como un fenómeno sociocultural, económico y político, lleno de prejuicios valorativos que fomentan el odio hacia los cuerpos que no se ajustan a los estándares corporales establecidos. Además, en este entramado de prejuicios, se encuentra la creencia de que la delgadez es beneficiosa para la salud, mientras que la obesidad implica la enfermedad.
Por lo tanto, la obesidad restringe el acceso a derechos y hace que las personas gordas se encuentran con restricciones y barreras a la hora de encontrar un trabajo, establecer amistades y relaciones sexoafectivas, así como en el acceso a una atención médica de calidad y recibir un trato digno en su vida cotidiana, al tiempo que incrementan sus probabilidades de mantenerse en la pobreza.

La discriminación por obesidad
La gordofobia es una persecución sistemática y estructural. Esto implica que la podemos encontrar en cualquier lugar y opera de manera automática, normal y sin ser objeto de cuestionamiento. Se trata de un pensamiento profundamente enraizado en la sociedad, omnipresente, que se replica continuamente, a lo largo del mundo, en cualquier lugar.
Desde el punto de vista científico, el término más empleado para aludir a la discriminación vinculada a individuos con sobrepeso es el de «sesgo por peso», que se caracteriza por la tendencia a efectuar valoraciones injustas basadas en el peso del individuo. La discriminación gordófoba, al igual que otras formas de discriminación, implica restricciones en el desarrollo integral de la vida de aquellos que la sufren.
Estas personas son objeto de acoso en la calle, en el transporte público, en instituciones educativas, en el ámbito deportivo; tienen problemas para hallar ropa de su talla, mobiliario que les acomode, tienen miedo de ir a la playa y exhibir su cuerpo, y hasta sufren mofas cuando publican imágenes propias en sus redes sociales.
A donde se dirigen, se topan con una sociedad que les rechaza, estigmatiza y censura, que les insiste en que poseer el cuerpo que poseen es su deber, llenándoles de culpa y vergüenza, generándoles, a veces, problemas de salud mental como ansiedad, depresión o alteraciones en el comportamiento alimentario.
La discriminación por razones de obesidad se aplica a toda la población, en particular a todas las mujeres, a quienes el machismo impone una severa demanda estética y una obsesión por la belleza del cuerpo. La intensa presión social para mantenerse constantemente jóvenes, hermosas y delgadas, se conoce como violencia estética.
La violencia estética comienza con la determinación arbitraria de modelos y patrones de belleza, promovidos por los medios de comunicación y difusión a gran escala, la industria de la moda, la música y el sector cosmético, de unos cuerpos ‘perfectos’, que no son más que cuerpos imaginarios, irreales, interpretados como ideal, como ‘deber ser’, como modelo a imitar, y donde las características físicas de las mujeres son conocidas como «imperfecciones» y requieren intervención y supresión, o en la menor de las situaciones, corrección.
Nos encontramos con gordofobia en las instituciones sociales, en nuestras tradiciones, en la política, en la cultura, en la ciencia, en nuestras familias, amigos y en el ámbito urbano. Nadie ni nada está exento de gordofobia, y aunque esta discriminación ha estado siendo visible y denunciada desde hace poco, ya se pueden determinar las formas más destacadas que adopta e identificarla en nuestra vida diaria.

El estereotipo y estigma del obeso
Los estereotipos hacen referencia a las convicciones populares acerca de las características que definen a un colectivo social. Se entiende que la sociedad ha construido un estereotipo de individuo gordo, que es indisciplinado, inactivo, poco atractivo, carente de autocontrol y que, además, padecerá de trastornos emocionales y psicológicos, como la baja autoestima, la inseguridad y la depresión.
Establecer un estereotipo vinculado a un conjunto de individuos requiere indagar en el estigma social relacionado con la percepción hecha de dicho conjunto. Concretamente, un estigma hace referencia a una «condición, atributo, rasgo o conducta que provoca que su portador genere una reacción negativa y sea considerado «culturalmente inaceptable» o inferior», y que además legitima la marginación social de aquellos que los tienen.
Estas respuestas pueden ser verbales, como mofas, sobrenombres, ofensas; físicas, como expresiones de violencia, y otros obstáculos y barreras que resultan en discriminación a nivel individual o grupal. Así, se entiende que cada sociedad establece ciertos estándares para clasificar a las personas como «normales» o «descarriados».
Como se ha analizado, el exceso de peso se aleja tanto de la norma estética como del ideal de salud. De esta manera, el cuerpo hipervisible, distinto, se convierte en motivo de agresión y estigmatización social, protegido por estos patrones de cuerpo ideal, belleza dominante y la falsa convicción de que las observaciones realizadas a estos cuerpos deberían tener un impacto positivo en la modificación de los hábitos alimentarios del individuo.
En esta situación, este estigma se manifiesta en diversas áreas de la vida de los individuos, tales como la familia, el trabajo, la escuela, e incluso en la atención sanitaria. Dado que el sobrepeso es perceptible a los demás, los individuos deben lidiar con la constante valoración de terceros. Así, los individuos no solo soportan la continua degradación, sino que también fomentan el miedo a ser parte de este colectivo estigmatizado.

El debate desde el ámbito de la salud
Es curioso que, en épocas pasadas, observar a un niño gordo era un indicativo indiscutible de salud y bienestar financiero de la familia. La opulencia y la obesidad se han entrelazado en diferentes periodos históricos, pero hoy en día, parece ser un indicativo de enfermedad.
Esta conexión con la falta de salud estuvo fuertemente presente en nuestra niñez, pero en primera instancia la vivieron nuestras madres y padres. Un bebé rollizo siempre es un motivo de felicidad y, en su justa medida, nos parece más hermoso. Sin embargo, esta percepción varía en las primeras revisiones pediátricas cuando se pesa a la criatura y, estadísticamente, se determina su percentil.
Es imposible que admitamos las variaciones corporales si desde la niñez nos instruyen en desestimarlas. La raíz de este rechazo se halla en estos discursos, que son origen y resultado de la introducción del discurso gordofóbico en los medios y la patologización de la obesidad y el sobrepeso.
El porcentaje no es más que el antecesor del temido índice de masa corporal, IMC, con el que estamos familiarizados desde la pubertad. Este se enfoca en vincular el peso con la altura y se determina con parámetros variados, desde un enfoque binario, para hombres y mujeres. Sin embargo, este indicador que únicamente evalúa la masa corporal y no su origen, no es, ni debería ser, un indicador confiable para categorizar a una persona como enferma.
No se consideran ninguna de las variables que pueden influir en el incremento o reducción de peso, tales como el lipoedema, las alteraciones hormonales, los corticoides, la deficiente regulación de la tiroides, ciertos medicamentos prescritos para la ansiedad y la depresión, la genética o, incluso, la pobreza y el ambiente. El IMC no refleja la vida cotidiana de un individuo ni sus costumbres, es meramente un cálculo matemático que Adolphe Quételet efectuó en 1832, con el objetivo de medir el peso total de una población, enfocándose en las medidas ideales para el hombre blanco europeo.
El Índice de Masa Corporal (IMC) es uno de los pocos métodos de diagnóstico médico que permanecen prácticamente inalterables a través del tiempo y sin cambios en las interpretaciones de sus resultados. En ciertos países, este método se emplea para que las aseguradoras o los doctores privados obtengan un mayor beneficio financiero de los individuos de acuerdo al rango del IMC que señala sobrepeso u obesidad. Siempre que se refuercen y reiteren prácticas y discursos discriminatorios, violentos y gordofóbicos, el cuerpo gordo sufrirá de enfermedades mentales y favorece que los individuos de raza gorda sufran de ansiedad social y depresión.

La obesidad puede ser perjudicial para la salud, pero no todas las personas con obesidad están enfermas. Sin embargo, es importante evitar etiquetar a las personas con obesidad como enfermas sin conocer su historial clínico
Una de las convicciones que deberíamos eliminar es la idea de que la obesidad y el sobrepeso son enfermedades. Este concepto se basa en una interpretación equivocada de los documentos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En estos, la OMS caracteriza tanto a la obesidad como al sobrepeso como una «acumulación anormal o excesiva de grasa» que puede ser dañina para la salud (Organización Mundial de la Salud, 2015, p. 1).
Sin embargo, nunca menciona estos como una enfermedad, sino más bien como un factor de riesgo para enfermedades no contagiosas como la presión arterial alta, la diabetes, las afecciones coronarias, el síndrome metabólico y el cáncer. Sabemos las restricciones que implica el exceso de peso en nuestro organismo, pero no estamos dispuestos a que nuestro peso sea visto como una patología o enfermedad, ya que no lo es.
Como se puede apreciar, el culto al cuerpo, tan común en nuestra sociedad hoy en día como justificación para la obesidad, no implica necesariamente un mejoramiento en la salud personal. Es incuestionable que una alimentación saludable y actividad física potencian el bienestar personal y, por consiguiente, la salud. Sin embargo, también lo hacen el acceso a dicha alimentación, que no todos pueden obtener, el tiempo para practicar la actividad física, del que no todos pueden gozar, y el sitio donde realizarla sin miedo a ser criticados, una utopía para los individuos con sobrepeso.
Entonces, es crucial tener en cuenta que la obesidad y el sobrepeso se describen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser dañina para la salud, dado que constituyen factores de riesgo para diversas enfermedades crónicas, incluyendo la diabetes, las afecciones cardiovasculares y el cáncer.
Fuentes:
- Magdalena Piñeyro Bruschi, GUÍA BÁSICA SOBRE GORDOFOBIA. Un paso más hacia una vida libre de violencia. Gobierno de Canarias, 2020
- Ana María Gallardo. Gordofobia: Una deuda en el campo de la psicología. Revista Perspectivas n°37, 2021 | ISSN 0717-1714 | ISSN 0719-661x
- Esther Blázquez Aquilué, Nos queremos gordas»: un reflejo vivencial de las opresiones gordofóbicas y cómo combatirlas. Universidad de Zaragoza-España 2021-2022