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Las industrias culturales y la creación de contenidos

Las industrias culturales y la creación de contenidos

Las industrias culturales, como concepto, proviene de la Escuela de Fráncfort, desde la cual, se promueve un cambio radical de las formas de hacer arte y el papel que ocupan en la sociedad. Dentro de las dinámicas del ser humano en la sociedad y los fundamentos propios de cada cultura misma han ido surgiendo una serie de temas de gran interés para comprender el desarrollo de los individuos en los colectivos a los que pertenecen, como ha sido el caso de las industrias culturales.

Max Horkheimer y Theodor W. Adorno usan el término industria cultural como elemento de referencia a la mercantilización de las formas culturales surgidas a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, lo cual fue una de las primeras descripciones sistemáticas de la mediatización de la cultura moderna. No obstante, la definición de industria cultural no se refiere unicamente al tipo de cultura que se transmite en los medios de comunicación másivos como la televisión, la radio, el cine, los periódicos y revistas; en los que los bienes culturales se diseñan y producen de acuerdo con los objetivos de la acumulación capitalista y la generación de recursos económicos.

La industria cultural modela las conductas, establece los sentidos, la percepción y la reproducción de valores. Los progresos se generan a partir de los momentos históricos, políticos, económicos, sociales y culturales de la sociedad en general, además de la posibilidad de obtener información sobre los progresos sistemáticos y progresivos de las industrias (creativas y de contenidos), lo cual demuestra que los autores que formularon el concepto de industrias culturales no han vivido en este siglo XXI.

La industria cultural y la cultura son diferentes. La cultura se define como el resultado de cultivar conocimientos humanos y costumbres a través del tiempo mediante soportes fijos como pinturas y esculturas. Las industrias culturales, por otro lado, implican la producción masiva y comercialización de contenidos culturales como libros, música, películas y programas de televisión, además de caer dentro de las modificaciones en el papel del Estado como garante de la cultura.

El término de industrias culturales, según la UNESCO (Portal de la Cultura de América Latina y el Caribe, 2010), abarca aquellas industrias que combinan la creación, la producción y la comercialización de contenidos que son inmateriales y culturales en su naturaleza. Estos productos normalmente están protegidos por copyright y pueden tomar la forma de bienes o servicios.

El arte es una expresión de la creatividad de los seres humanos

El Portal no hace diferencia alguna entre las empresas, grupos de comunicación e información y producción de contenidos, tratando a todos como sinónimos. Las “industrias creativas” o “industrias de contenidos”, incluye la impresión, publicación, multimedia, audiovisuales, productos fonográficos y cinematográficos, así como artesanías y diseños. Para algunos países este concepto también abarca la arquitectura, las artes visuales y de performances deportes, manufactura de instrumentos musicales, anuncios y turismo cultural.

Las industrias culturales que aparecen después de la segunda mitad de siglo XIX (la prensa de masas, el fonógrafo, el cine, la radio y la televisión), van a diferenciarse de las restantes mercancías industrializadas por el trabajo simbólico que constituye su materia prima misma; por su valor de uso ligado a la personalidad de sus creadores; por su requerimiento ineludible de transformar el valor simbólico en valor económico; y por su imperiosa necesidad de renovación constante, muy por encima de cualquier otro producto o servicio, que choca con la estandarización obligada de toda industria y con su presencia intensiva de las economías de escala que impulsan espontánea y continuamente hacia la concentración nacional e internacional.

Desde el punto de vista del consumidor, las industrias culturales, tienen una naturaleza de bienes indivisibles e inagotables, como la de todos los productos basados en la información, porque necesitan de intermediarios para seleccionar las obras y guiar el consumo. Ellos son los críticos y espacios mediáticos especializados, pero también las marcas y los sellos editoriales.

El concepto de industrias culturales surge de la intersección entre economía y cultura. El cruce de estos dos grandes campos de producción humana implicó desde un principio una serie de incomprensiones recíprocas. Separados por un conjunto de prácticas y saberes específicos, los actores de la economía y la cultura se han mirado más de una vez con desconfianza suficiente para sospechar de las razones que habrían de servir de base a las empresas en común y sus beneficios.

El cine (abreviatura de cinematógrafo o cinematografía) 
El arte pictórico abarca diferentes formas de expresión

Funcionamiento y configuración

Según Adorno y Horkheimer, la industria cultural ya no está obligada a buscar el beneficio inmediato, que era su motivación primera. Actualmente su patrón de producción está regido por la ideología del monopolio, lo que provoca que ya no necesite vender las mercancías culturales, que de todos modos serán consumidas. La industria cultural ejerce su dominio sobre la sociedad ayudada por la técnica.

De hecho, los que están a su favor optan por definirla justamente en términos tecnológicos. Tal y como escriben Adorno y Horkheimer, como en la industria cultural participan millones de personas situadas en lugares muy diversos, se usan las técnicas de reproducción para satisfacer, de manera estandarizada, las necesidades de esta población. Estas respuestas estándar son fruto de las necesidades que la industria cultural generó y que el espectador aceptó sin problema.

El resultado de esta situación es el dominio de la técnica que deriva en el dominio del monopolio. La conversión de la técnica en una herramienta de control ha supuesto la producción seriada acabando con lo que diferenciaba el producto de la sociedad. El papel de la técnica, por tanto, es exterior al bien de consumo y su función es diametralmente opuesta a la que Adorno le atribuye en la obra de arte.

Mientras en la obra de arte la técnica se refiere a la lógica interna de la obra, en la industria cultural se refiere al tipo de reproducción mecánica y, especialmente, al tipo de distribución. De esta manera, cuando la industria cultural se muestra, le agrada mostrar el proceso a través del cual fabrica sus productos y cómo funcionan sus mecanismos internos.

Instrumentos musicales artesanales

La industria cultural crea un lenguaje basado en la necesidad de nuevos efectos para acceder psicológicamente a los espectadores. Estos efectos están muy vinculados al esquema tradicional, es decir al previo a la aparición de la industria cultural. El resultado es la creación de un sistema de la “no-cultura”, tal y como lo denomina Adorno, y que será la base para el funcionamiento de la industria cultural.

El carácter comercial de la cultura de masas ha hecho que la diferencia entre estos productos y la vida real desaparezca. El momento de autonomía e independencia que la filosofía había dado a lo estético se pierde por el camino creando esta pseudo-realidad. Para conseguir crear una falsa ilusión de realidad se usan los medios tecnológicos.

A través de éstos la cultura de masas reproduce la realidad empírica para que el espectador piense que lo que ve en la realidad es simplemente una prolongación de lo mostrado en las pantallas de cine, por ejemplo. El objeto creado es algo más que solo un objeto ya que participa en la naturaleza de producción y sirve también para reverenciar todo el sistema al que pertenece y al que también hace referencia la publicidad.

Ésta última, presenta la pseudo-realidad como algo perfecto en dónde no hay intenciones subjetivas, es decir, las no mediadas por el monopolio. La realidad se convierte en ideología a través de su fiel réplica por la industria cultural. Si lo real se convierte en una imagen en la medida en que representa algo particular de la realidad, se puede deducir que al final la realidad y la imagen creada acaban convirtiéndose en lo mismo.

En esta falsa realidad es dónde reside, para Adorno, la ilusión de diversión, dado que parece que es a través de la industria cultural que el espectador podrá evadirse de su realidad. Para su decepción, el consumidor descubre que la vida cotidiana, de la que quiere huir a partir del cine o la televisión, es la misma que le está presentando la industria cultural, de manera que la industria cultural promueve la resignación en el espectador, que acabará convirtiéndose en un ente sumiso y apacible.

La arquitectura se considera parte de la industria cultural

En esta construcción de una falsa realidad, hay que tener en cuenta que la industria cultural siempre buscará la repetición a pesar de que quiera hacer creer al espectador que todo es nuevo. Adorno critica la industria diciendo que todo lo que presenta como progreso, realmente es solamente un cambio exterior de la misma cosa.

La repetición es la base de la industria cultural, y para conseguir este fin se sacrifican todos los elementos propios de las obras de arte autónomas, como la diversión o el estilo. Lo que se consigue es que el interés de los espectadores no resida en el contenido sino en la evolución técnica ya que los contenidos que da son estereotipados y repetidos hasta la saciedad de manera que prácticamente quedan vacíos de significado.

Según Adorno, los espectadores quedan sometidos por los estereotipos que genera la técnica más que no por las ideologías que se derivan de los contenidos. El sistema que usa la industria acosa a las masas no permitiéndoles evadirse del comportamiento que el monopolio dicta para ellas. Solamente, reflexiona Adorno, es gracias a su desconfianza y al vínculo que aún les queda con la realidad empírica y el espíritu del arte lo que les permite que no todas las masas acepten en su totalidad el esquema impuesto por la industria cultural.

Fuentes principales:

  • María Amador Navarrete, La industria cultural según Theodor W. Adorno, Universidad de Barcelona 2016
  • Ana María Lebrún Aspíllaga, Industrias culturales, creativas y de contenidos, Museos y gestión del patrimonio histórico del Instituto Nacional de Cultura y del Museo Postal y Filatélico del Perú
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