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China: poderío y civilización en el siglo XXI

China: poderío y civilización en el siglo XXI

De todas las fuerzas emergentes, China es, sin duda, quien acapara el mayor interés mundial. Esto se debe tanto a la reconocida grandeza de la transformación que ha experimentado dicho país en las últimas décadas y los enormes impactos registrados a nivel global, como también a la poca claridad y subsiguiente incertidumbre que generan algunos aspectos de su política, siempre difíciles de descifrar al fundamentarse en claves de comportamiento que difieren en no pocos casos de las que habitualmente podemos apreciar en los países occidentales.

Sea como fuere, China presenta un perfil cada vez más elevado, favorecido por las citadas dinámicas internas y por las profundas mutaciones que connotan el sistema internacional desde el final de la guerra fría, destacando, paradójicamente, pese a su “victoria”, la merma progresiva del poder de EE.UU. en el marco global.

El gran potencial chino

La China potencia regional, gran potencia o superpotencia, se nos presenta a cada paso más poderosa en virtud, tanto de su crecimiento económico galopante, incluso en plena crisis financiera global fue incapaz de frenar el ritmo de desarrollo del país, que registró un crecimiento económico considerable y de los más altos del planeta.

Superando el pesimismo histórico acreditado en los dos últimos siglos, dicha conjunción ha venido a aumentar de forma notable la autoconfianza de los ciudadanos chinos, traducida en un nacionalismo cada día más apreciable. Se puede afirmar hoy que, la República Popular China, más comúnmente llamada China, es una poderosa potencia mundial, según algunos, llamada a sustituir a Estados Unidos como la primera superpotencia. Es el país más poblado del mundo, el tercer Estado más grande y tiene el segundo mayor PIB.

Este transcurso, inacabado, se desarrolla en un marco muy fluido en el cual China va definiendo y acomodando sus prioridades estratégicas siguiendo un proceso similar al aplicado en el ámbito interno, es decir, sin responder a un plan predefinido y acabado hasta el más pequeño detalle, haciendo gala de una notable capacidad de adaptación, optando por “cruzar el río sintiendo cada piedra bajos los pies”.

Al mismo tiempo, ese cálculo prudente que no pierde de vista en modo alguno el objetivo último de la recuperación de la grandeza perdida se integra en el debate, tan tradicional como víctima de los altibajos, entre los partidarios de una amplia incorporación a su modus vivendi de los valores de Occidente, sinónimo de ejemplo contrastado de modernización, y la recuperación del discurso sinocentrista o chinocentrismo que ha connotado su devenir histórico a lo largo de los siglos.

En suma, la pugna y el equilibrio entre el acomodo a las tendencias globales predominantes y la búsqueda de una política independiente y adaptada a sus especificidades.

El presente de la China

En el momento presente, bien pudiéramos asegurar que la apuesta por un mundo armonioso y la multipolaridad, ejes del discurso exterior de Beijing, reflejan no solo alternativas a un orden contemporáneo en transición sino que manifiestan la incidencia creciente de la cultura tradicional en la formulación de su pensamiento diplomático, condicionado igualmente por la incorporación de ciertas claves históricas que afloran en la actitud adoptada frente al vigente statu quo, que intenta alterar en su propio beneficio en virtud de los cambios operados a nivel global, pero cuidándose de no provocar rupturas ni desatar conflictos abiertos que puedan afectar la estabilidad de su proceso.

Asimismo, manifiesta a cada paso una visión de largo plazo que dice mucho del repunte del comportamiento tradicional de la China milenaria y de la plena confianza en la potencialidad inevitable de sus dimensiones varias (geográfica, demográfica, económica, etc.) que le reservan, por derecho propio, un papel de relevancia en el sistema regional y global.

Conviene precisar también que, aun a pesar de contar con recursos cada vez más significativos y de no haber olvidado en modo alguno las humillaciones históricas infligidas por potenciales rivales (ya sean de Occidente o de la propia Asia) que hoy se debaten entre la contención y la cooperación a la hora de determinar aquello que debe primar en sus relaciones con el gigante asiático.

China, a la espera de un momento que no considera del todo llegado, sigue estimando el entendimiento y la colaboración con países terceros como mecanismos privilegiados para hacerse un hueco en el sistema internacional de forma progresiva y sin provocar grandes estruendos, maximizando aquellas variables que, en definitiva, le pueden permitir “ganar sin luchar”, como aseveraba su clásico Sun Tzu. (Estratega militar y filósofo de la antigua China. El nombre por el que lo conocemos es en realidad un título honorífico que significa “Maestro Sun”)

¿Es esa moderación una actitud convencida y convincente o simple producto de un cálculo oportunista de posibilidades que solo espera el momento preciso para exhibirse con total contundencia? En el exterior se constata cierta incertidumbre y hasta desasosiego respecto a cómo será una China más fuerte y qué consecuencias tendrá a la vista de las diferencias culturales y políticas que la separan del resto de la humanidad.

Pronosticar el comportamiento internacional de China no es cosa fácil, pues obedece a claves singulares que hunden sus raíces en esa creencia profunda en la posición central de China en la región y en el mundo y a la que parece aspirar de nuevo.

Visto así, aunque gradualmente, la progresiva recuperación de la grandeza del pasado puede implicar una alteración significativa de la distribución del poder mundial que hoy ya podemos empezar a apreciar en las correcciones de representación manejadas en instituciones diversas, especialmente en el orden económico (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.), apremiadas a reflejar los cambios operados en la correlación de fuerzas global. Y a medida que ese momento se acerca, también aumenta la indisposición china para hacer concesiones que vengan a dilatar o regatear la introducción de dichos correctivos.

La conjunción de su posición geográfica, la acumulación de activos tanto a nivel económico como militar (si bien a un ritmo diferente, pero retroalimentándose mutuamente) y la férrea voluntad política de preservar el espacio vital inmediato, le sitúan en posición de afectar los intereses regionales y globales de la potencia hegemónica.

Ello comienza a visibilizarse en su entorno más próximo, donde es cada vez más evidente el protagonismo activo de China en detrimento de aquellos intentos que, desde el exterior, se impulsan para cuestionar o condicionar su liderazgo ascendente.

La visión que china tiene de sí misma

La imagen que China tiene de sí misma no es uniforme y presenta contradicciones y ambigüedades. De una parte, el nivel de desarrollo alcanzado en las últimas tres décadas, e incluso la capacidad demostrada para sortear la crisis económica y financiera internacional desatada a partir de 2008, ha elevado la confianza en sus propias posibilidades, reforzando su nacionalismo y la convicción de que el objetivo estratégico de recuperar la grandeza del pasado está más cerca que nunca, tanto por méritos propios, como por la gravedad del momento que atraviesan los países desarrollados.

Esa idea se basa en el acceso a la condición de segunda economía del mundo (con anticipación a lo previsto), el volumen acumulado de reservas de divisas (3,2 billones de dólares a finales de 2018), su ascendente papel en el comercio y en la inversión mundial (tanto como receptor como inversor), y en otras magnitudes similares, así como en el reconocimiento que los terceros hacen del “milagro” chino.

Progreso e identidad

En general, en su análisis del tiempo presente, China vislumbra los dos siguientes objetivos esenciales. En primer lugar, afirmar una posición central en el orden mundial. En segundo lugar, asegurar la debida protección de su cultura y civilización en sentido amplio.

A lo largo de la historia china, el confucianismo, vigente hasta la proclamación de la República en 1911, ha sabido moldear el poder y la sociedad china, convirtiendo a ésta en la única civilización antigua que ha logrado sobrevivir hasta hoy día.

Ello se podría explicar en razón de su condición superior, basada no en el recurso del poder material, que siempre la haría efímera, sino en el conjunto de virtudes morales que la hacen envidiable y que le han permitido adaptarse a un mundo en permanente cambio

La cosmovisión china actual es deudora de esa visión del mundo según la cual, dada su innata condición sobresaliente, los demás pueblos debían respetarla, admirarla e inspirarse en ella para mejorar. Al igual que en el plano interno, en el externo, la práctica de la virtud proporciona paz y estabilidad.

El ejercicio del buen gobierno puede pacificar el mundo y encauzar sus tensiones por caminos no violentos. Su política exterior, que incorpora como valor, entre otros, la visión de largo plazo, donde destaca el ancestral realismo político, la concepción Estado-céntrica y la integración en la economía mundial, se orienta a una progresiva socialización en el sistema internacional, pero sin renunciar por ello a su identidad.

Esa condición única de su civilización ha alentado largos debates, no del todo cerrados, acerca de la naturaleza y dimensión de la conjunción entre los saberes occidental y oriental. Hoy día, superadas décadas de combate visceral contra el confucianismo, vuelve a primar la convicción de que lo esencial es lo oriental, mientras que lo accesorio es lo occidental.

Esa percepción se ha acentuado en los últimos tiempos, cuando a raíz de la crisis financiera de 2008, China dejó en claro la pérdida de admiración incluso por la ingeniería financiera occidental, pasando a cantar las alabanzas de su modelo y su acierto al negarse a secundar a ciegas las exigencias internacionales.

Se trata, pues, de asimilar, pero no copiar; de aprovechar cuanto de útil hay en el exterior, sin que ello afecte a la sustancia del pensamiento tradicional chino, que vuelve por sus fueros recuperando la condición de viga maestra del devenir social y político.

Cabe recordar que en el curso de la propia reforma han sido muchas las campañas contra la liberalización en sentido occidental y hoy mismo, al debatir sobre las propiedades y el futuro democrático del sistema político chino, se deja traslucir de nuevo ese debate, que no es solo entre liberalismo y autoritarismo, entre democracia y comunismo, sino entre pensamiento oriental y occidental.

Fuente Principal:

Xulio Ríos Paredes, Las Potencias Emergentes Hoy: Hacia Un Nuevo Orden Mundial. Instituto Español De Estudios Estratégicos Centro De Estudios Y Documentación Internacionales De Barcelona. Marzo 2011.

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