Etimológicamente, la palabra religión proviene del latín «religio», que significa «relación con algo», la conexión del hombre con Dios, con un ser completamente diferente, lo trascendente, lo divino, la relación de su realidad más fundamental. Esas relaciones son inherentes, voluntarias y libres, están moldeadas por sentimientos, pensamientos y actitudes.
Tiene varios aspectos: uno es la doctrina que abarca el contenido, el otro es la moral que se refiere al comportamiento, y el otro es la cultura, donde las personas expresan de diversas maneras este movimiento interno en la sociedad en la que viven, a través de rituales y prácticas, obras, artes y demás, revela su carácter social y sentido de comunidad. Ambos polos, interior y exterior, se complementan, integran y unen entre sí.
Cuando la historia estudia la cultura humana, profundiza en varios fenómenos multidimensionales encarnados en la cultura humana. Entre ellos se encuentran fenómenos religiosos que están relacionados con la experiencia religiosa humana. Nos permite comprender el sentido de la vida y el misterio de Dios a través de la iluminación y la educación sobre las actitudes humanas básicas: la admiración, la capacidad de dejarse sorprender y asombrar por los acontecimientos, de escuchar su mensaje y su verdad, de estar abiertos a las preguntas que se nos plantean.
Relaciona una actitud básica de confianza hacia la vida que afecta nuestro propio núcleo, la aceptación y la seguridad dentro de uno mismo, y la confianza básica en los demás, la vida y el mundo. Esto no quita que haya una investigación constante y una atención especial a lo que sucede en nuestro entorno, donde puede aparecer la presencia de Dios que las personas asumen en constante búsqueda.
Vincula la vida de relación, la cual, nos permite superar la apatía y el desinterés por la otra persona, nos hace responsables y nos ayuda a comprender el significado del compromiso. La relación con Dios es el camino para superar esta apatía y desinterés, e implica relaciones con los demás.
Conecta el mundo simbólico, el cual, tiene un poder evocador, la capacidad de conducir hacia lo invisible, la capacidad de crear cosas que no pueden representarse de otra manera, la capacidad de referirse a lo inefable. Para percibir esta realidad simbólica, necesitamos símbolos, que son intermedios a los significados simbólicos.
Reconocer la propia condición religiosa no significa que uno deba vivir, practicar o adoptar una religión. Esta conexión pertenece al campo de la cultura, la conciencia y la libertad y refleja un proceso de desarrollo histórico muy avanzado. Cada cultura, cada época, cada sensibilidad ha intentado expresarlo de alguna manera.
Esto se pone de manifiesto principalmente en las diversas religiones con las que nos encontramos en la historia de la humanidad. Existen muchas teorías sobre su origen: unas antropológicas, otras históricas, otras culturales y otras religiosas.
Relación entre la religión y el mundo
La relación entre la religión y el mundo, entendida como un conjunto de creencias que conecta a las personas con lo divino y lo sagrado, y como un complejo sociocultural en el que se desarrolla la vida humana, ha sido central para la humanidad desde sus inicios como componente cultural. Existió en la etapa embrionaria de la percepción iconográfica humana primitiva y ha sido examinada críticamente en la era moderna de la ciencia y la tecnología. El binomio del mundo religioso revela una historia llena de mezcla de ambos.
Este problema de ninguna manera se refiere a una determinada zona geográfica de nuestro planeta o a una determinada cultura, porque nada es más universal que las creencias religiosas de diferentes pueblos, lugares y épocas. Pero si nos limitamos a Occidente, es decir, el espacio y el tiempo adyacentes al que ahora pertenecemos, esta cuestión sigue siendo una de las más importantes. Aquí somos más específicos: cómo se relaciona el cristianismo con el mundo en el que existe (el mundo que llamamos civilización occidental).
La gran importancia de esta cuestión quedó demostrada hace décadas por el Concilio Vaticano II, que dedicó una de sus constituciones más memorables: La Gaudium et Spes. Sin embargo, desde entonces se han producido acontecimientos y se han intensificado tendencias que están cambiando profundamente el mundo de principios del siglo XXI: globalización, secularización profunda, intercambio de población, pluralismo cultural, nuevos estilos de vida, policentrismo. Igualdad, imperio comunicacional, pansexualismo, cultura posmoderna.
Los hechos nos obligan a repensar los problemas y reordenar los valores. A esto hay que sumar la llegada del nuevo Papa Francisco, cuyas acciones parecen querer marcar un nuevo estilo de presencia de la Iglesia en el mundo. Para utilizar el famoso dicho de Hegel, la filosofía ha decidido incluir su época en el concepto. En otras palabras, piense en nuestro tiempo.
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El misticismo de la historia
Baste recordar tres episodios de diferentes épocas en la relación entre el cristianismo y el mundo con el que convive. Encarnan situaciones y estrategias cristianas en conexión con su mundo o entorno sociocultural.
1. El cristianismo en el mundo clásico grecolatino: Estimulante cuestión. Cómo una religión, surgida y con hondas raíces en la Palestina judía, reformula sus creencias y legitima sus prácticas en la potente cultura grecolatina, consolidada ya en asombroso depósito de ideas, de valores estético-literarios, de normas legales y de costumbres.
2. El cristianismo en el mundo medieval: a partir de Constantino, Occidente marcó el comienzo de la era conocida como los regímenes cristianos. La religión se relaciona simbióticamente con el mundo en el que existe. El contexto sociocultural en el que se encuentra es en sí mismo la columna vertebral. La relación entre el mundo y la religión no es una relación entre dos esferas diferentes y heterogéneas.
3. La religión en el mundo moderno: La modernidad es la era de la ruptura y la confirmación de diversos marcos socioculturales, en la que la subjetividad individual de los pueblos occidentales se manifiesta en forma de estados soberanos, lenguas modernas, conciencias nacionales e incluso un cristianismo diferenciado. En el proceso, el cristianismo perdió unidad doctrinal y disciplinaria, pero ganó autenticidad en la fe y el testimonio.
Fue una época de grandes místicos, reformadores e incluso misioneros que llevaron creencias, valores e instituciones a otros mundos en aventuras llenas de compromiso y testimonio. También fue una época de conflicto con nuevos valores como la razón dogmática, las ciencias naturales y la libertad revolucionaria.
La Iglesia ha adoptado una actitud defensiva y de disculpa ante situaciones que escapan a su control. Junto con una gran aventura: la Europa cristiana se expandió hacia nuevos mundos consecuencia de los Grandes Descubrimientos, y sus pueblos se proyectaron en esos nuevos mundos a lo largo de cuatro siglos, difundiendo cultura, creencias y valores.
Por tanto, la cuestión de la religión en el mundo moderno no es muy creativa. Repite de otra manera la misma pregunta que se hicieron nuestros antepasados, y repite lo que enfrentaron los cristianos del primer siglo cuando tuvieron que presentarse ante la sociedad grecorromana y otras que asociaban su fe a un nuevo pueblo. Por consiguiente, el hombre moderno, al viajar a través del espacio geográfico, aún no ha viajado a través de la razón, la ciencia o la libertad.
La religión en el mundo de hoy.
¿Cuál es la relación del mundo con la religión hoy? Esta pregunta surge del hecho de que la imagen y el orden del mundo establecidos desde hace mucho tiempo han estado bajo la presión de cambios profundos durante décadas, tal como ha sucedido en otras épocas. El poder del cambio sitúa a las personas religiosas frente a un mundo nuevo que exige una nueva forma de vida.
Los historiadores utilizan la palabra «revolución» para referirse a acontecimientos históricos sangrientos y violentos. Pero ese no es el caso. Sin embargo, nuestra época puede describirse como revolucionaria. A pesar de la ausencia de una guerra trágica y una paz relativa en el mundo, el término revolución menosprecia los profundos cambios socioculturales.
La religión, especialmente el cristianismo, siempre está relacionada con el entorno sociocultural en el que existe. Hoy parece caracterizarse por la secularización, una visión del mundo tecno científica y la posmodernidad cultural. Aunque la religión no se adapta a esta situación, sobrevive para la mayoría de las personas en forma de un «mundo de vida» pre categorizado en un contexto sociocultural pluralista, globalizado, emocional y moralizado que preserva información sobre la cuestión del significado de la vida. El hombre como animal simbólico está asociado con la experiencia religiosa. Todo esto traza una nueva línea entre la religión y el mundo.
El ateísmo
La cuestión de Dios siempre ha preocupado a la humanidad. Pero hoy en día ha adquirido rasgos muy marcados: por un lado, vivimos en una atmósfera de sospecha creciente: algunos países se declaran oficialmente ateos, lo cual es un hecho completamente nuevo en la historia; Nuestra forma de pensar parece insensibilizarnos para comprenderla.
Actualmente dos rasgos dominan la cuestión de Dios: su negación y su imagen espiritual. En la antigüedad, la realidad divina parecía tan obvia que el ateísmo se convirtió en una curiosidad. En la Edad Media, sólo un «tonto» podía negar a Dios. En los últimos tiempos, la situación ha cambiado: el ateísmo ha comenzado a extenderse y el problema se centra en los argumentos racionales sobre la existencia de Dios.
El énfasis moderno y la intensificación de la negación de Dios debido a la penetración del irracionalismo en grandes áreas del pensamiento actual le ha dado a esta negación de Dios un carácter inusual, con el resultado de que la evidencia filosófica ya no es el tono dominante; además un aspecto previamente no enfatizado: la imagen de Dios. La densidad y el alcance del problema son tan grandes que aquí sólo podemos esbozarlo brevemente.
El ateísmo es una escuela de pensamiento que ofrece una visión del mundo extremadamente profana que niega la existencia de una realidad trascendente con significado propio y cierra cualquier espacio para la expresión de un reino sagrado aislado de la realidad natural. El ateísmo se identifica con una sola afirmación que indica la ausencia de una dimensión sobrenatural, la ausencia de Dios, o simplemente la ausencia del espíritu, que es el origen y sentido de nuestra propia existencia.
Esta corriente en oposición a la existencia de Dios es una parte importante del discurso filosófico porque una de sus tres «cuestiones fundamentales» es la discusión de la posible existencia de Dios (las otras dos son los humanos y la naturaleza o el mundo). Aunque mucha gente piensa que los filósofos, generalmente, son ateos, en realidad esto es falso, porque también se permitió creer en los misterios de lo divino y filosofar sobre ello, lo cual es común. Miguel de Unamuno repitió: «No creer es creer».
La duda no es sólo la naturaleza natural del hombre, sino también la filosofía epistemológica. Si el pensamiento filosófico también es natural y característico del hombre, entonces las dudas son válidas y relevantes. Las dudas epistemológicas nos permiten adquirir conocimientos, y la adquisición satisfactoria de conocimientos —o al menos temporalmente incierta— nos permite lograr «más» en el proceso de búsqueda y adquisición de conocimientos.
Fuente principal:
José María García Gómez-Heras Catedrático emérito de la Universidad de Salamanca. LA RELIGIÓN EN EL MUNDO ACTUAL. Texto ampliado de la conferencia pronunciada por el autor en el Instituto de Humanidades de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid el 10 de febrero de 2014.